ERNESTO SABATO. |
Adrián Robledo es uno de ellos. Contó que cuando Sabato cumplió 80 años "estaba quemando a las 6 de la mañana, en la entrada de la casa, unas pinturas que había hecho". "Me invitó a desayunar y lo que más me llamó la atención fue la cantidad de libros que tenía", recordó.
"Me acuerdo que le pregunté dónde estaban las paredes de la casa porque iban desde el piso hasta el techo los libros, y después que me invitó a desayunar, me dijo que cumplía 80 años y me regaló una pintura que aún conservo".
Robledo señaló: "No hablamos nada de literatura; me insistía con que estaba mayor y que tomara el cafe con leche que me sirvió".
Destacó que también lo vio en otras oportunidades caminando por el barrio junto con Matilde -su esposa fallecida- "pero hacía mucho tiempo que no salía de la casa, se sabía que estaba enfermo y que venían familiares a visitarlo, aunque había algunas chicas que lo estaban cuidando".
Por su parte, Víctor Correira, amigo personal de Sabato, indicó antes de acercarse al domicilio del escritor que "Sabato estaba mal, pero siempre fue ese hombre excelente que a cada instante nos dio una lección de dignidad".
"Lo conocí hace 30 años, yo tenía un negocio a la vuelta de su casa que reparaba televisores y Matilde me traía las cosas para arreglar", recordó.
"En una oportunidad, vino con Ernesto y empezamos a hablar sobre la obra del Club de Leones, y fue él quien me pidió si lo podría convertir en su ahijado y hacerlo leonino, cosa que así ocurrió".
"A partir de ese momento, comenzamos una amistad a tal punto que una vez, cuando vine a verlo y le toqué el timbre para entrar a su casa, me premió diciéndome `usted es amigo, no tiene que anunciarse, sino solo pasar`", remarcó.
Los vecinos recuerdan el gran dolor de Sabato cuando murió su hijo Jorge en un accidente automovilístico y coinciden en afirmar que -a partir de ese momento- no fueron tantas las salidas públicas por el barrio y que cada vez que lo hacía, sólo recibía muestras de afecto de quienes lo conocían por años.
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